|Por Ana Victoria|

De un agujero imágenes salientes, tan transparentes y calientes recién nacidas del proceso que uno siente, memorias contenidas de las personas que se tienen.
Solías estar postrada en la suavidad de la calma, obstruyendo el temor en carne y mente, con el sereno rozando tus pies suavemente; acompasados dados te acompañaban en ese viaje que dabas, aquel donde inmortalicé a ambas.
Seguías, seguías aquí, muy cerca de mí, con tu lengua árida que, a pesar de las noches revueltas, seguía moviéndose pasivamente en el camino de mis venas.
Fuimos allá acompañadas, con ratos y tragos desesperados; tu lengua seca y reconcorosa lastimando todo lo que solía ser, para así quemarte a ti también.
Cuando el ave mayor tocó tus llagas tenías puesta tu larga batalla, arreglada y con tus pupilas volteadas tomaste forma humana, te sentí plena, completa y llena; tu lengua desfigurada se camuflaba con la mía, haciéndose una misma.
Estás conmigo en todos mis días, pero ahora es diferente, veo mi reflejo y el tuyo compactados en un ente.
El hedor de nuestra sangre es cada vez más pesado, nos movemos en los ínfimos rincones de los pasajes sagrados, nuestra lengua puntiaguda degolla a los antes amados, para así tener recuerdo de nuestra unión, poder multiplicar en otros lo que nos pasó.